sábado, 18 de abril de 2020

Un Silencio Ensordecedor


Veo por el rabillo del ojo que la micro se acerca muy lentamente. Una señora que hablaba por su celular no dejaba de dar vueltas por el paradero, como si estuviera muy impaciente, me marea observarla, pero no puedo quitarle la vista de encima.
Luego de 5 minutos de espera, logro subirme a la micro y para mi sorpresa, estaba vacía, salvo por 3 personas sentadas aleatoriamente a lo largo del bus. Me dirijo al último asiento y me dejo caer como un bulto.
Me quedo mirando fijamente el timbre y siento que el tiempo se vuelve humo, se detiene. Cierro mis ojos y comienzo a sentir una sensación desesperante que me abrasa y me dan ganas de gritar…
-Gabriel, ¿me escuchas?
Abro mis ojos, puedo ver a la doctora frente a mí, junto con su equipo médico que miraban expectante, como si fuese un experimento de un científico loco. Estaba incomodo, se suponía que había esperado este momento hace 15 años, debía vivirlo junto a mi familia, novia, amigos… pero en cambio, estaba rodeado de gente que no conocía, colapsando la blanca y angosta habitación grabándome con sus teléfonos celulares, tecnólogos, otorrinos, enfermeros, doctores y ciento de ojos más que me desnudaban con la mirada, convirtiendo el momento más intimido que tenía -desde mi primera vez con una chica- en un show bastante morboso.
Un resalto me hizo despertar de mis recuerdos, la angustia había desaparecido, pero una sensación de ahogo la reemplazó. Mis manos temblaban y no podía quitar de encima mi mirada de la caja que los médicos me habían entregado. Acto seguido, me descubrí tocándome la cabeza desenado encender a mi nuevo yo, ¿y cómo no? Si cuando lo hicieron en la habitación saturada fue como si iluminaran un cuarto que había estado apagado por 35 años.
Siempre había leído que el transporte público era bastante bullicioso, pero nunca como el silencio permanente de 3 décadas y media. Creo que habrán pasado 7 minutos antes de encenderlo.
Gran equivocación.
Una vez encendido, solo atiné a taparme los oídos y a cerrar mis ojos mientras lo volvía a apagar. Fue abrumador, desesperante, como si alguien aprisionara mi pecho y me quitara el aliento por completo. No pude identificar ningún ruido, ni del bus, ni de los autos que pasaban, ni siquiera, mi respiración.
¿Qué hice? Había cometido un error enorme. ¿Por qué me operé? Sé lengua de señas, puedo leer los labios y siento la música cuando suena, entonces, ¿por qué lo hice? ¿¡Por qué rayos lo hice!?
Me aferré fuerte en el asiento de adelante y solo jadeaba. Intenté recordar algo que me tranquilizara pero no lo logré. Solo quería llorar y no podía dejar de repetirme “¿por qué?”. El mundo continuaba su curso sin preocuparse del sonido a su alrededor, ignorando, convirtiendo el ruido en uno con la sociedad.
De pronto lo recordé. Todos esos inviernos observando la lluvia sin saber cómo suena, la voz de mi madre, de mi padre, de mis amigos, el canto de un ave, el maullido de un gato… Todo tenía su ritmo, su melodía, su música y yo, siempre quise ser parte de ello. Sé que soy un no oyente, pero siempre me dije que eso no me definía, y lo decidí, quería ser parte de ambos mundos. Un sordo que oye.
Conté hasta 10. Recordé los años que estuve juntando el dinero para poder operarme, para comprar el implante. Los médicos que visité en secreto, la rehabilitación preoperatoria que tuve, la excusa que le di a mi familia para desaparecer por 1 mes y medio diciendo que iba de vacaciones con mis amigos y a ellos, que me iba de vacaciones con mi familia…
La hora había llegado. Respiré hondo y volví a encenderlo. Todo el golpe abrumador volvió, pero me obligué a resistirlo. No podía distinguir nada. No conocía lo que oía. No entendía nada.
Un sudor frío recorría mi espalda mientras intentaba sin éxito reconocer algo de lo que oía a mí alrededor.
Pasaron 10 minutos y sentí que no podía más, me había dado por vencido cuando escuché un sonido que predominaba en el ambiente. Un auto a la derecha del bus… ¿Era acaso su bocina?
No aguanté más y me eché a llorar. Lo había logrado. Había podido asociar un sonido a un objeto. ¡Lo había logrado!
Comencé a sentir una sensación de hormigueo en mi estómago, una emoción tan grande que no podía dejar de sonreír.
Estaba llegando al metro y decidí bajarme. Debo confesar que apreté por lo menos 5 veces el timbre solo para escuchar tal singular sonidito agudo casi imperceptible para mí.
No podía creer la cantidad de sonidos que había en el mundo, en la ciudad, ¡en una sola calle!
Me encaminé hasta las escaleras del metro y pude ver que en la bajada había una mujer tocando un violín con una melodía tan espectacular. ¿Cómo es posible que haya una melodía tan impresionante y nadie se detenga a apreciarla? La verdad, es que perdí la noción del tiempo al escuchar tan glorioso instrumento.
Bajé hasta el andén y quedé boquiabierto. Este ruido era más molesto que la micro, pero me reconfortaba poder distinguir de dónde provenía. El sonido del metal frenando en las vías hizo que me tapara los oídos, pero nadie más parecía verse afectado, excepto yo.
Al subirme pude encontrar un asiento disponible y me preparé para lo que venía. Escuché la voz que nos brindaba maneras de hacer el viaje más seguro, el sonido que avisaba del cierre de puertas, a los ambulantes vendiendo sus productos, las conversaciones de las personas que me rodeaban… Si bien no entendía con exactitud cada sonido, podía reconocer de donde era y a quién le pertenecía.
Seguí en el metro hasta que llegué al terminal y quería continuar tranquilamente, por lo que decidí viajar en auto.
Salí del terminal y caminé por las calles en busca de algún vehículo y no tardé más de 3 minutos en encontrar un taxi desocupado.
-Hola joven, ¿a dónde lo llevo?
¿A dónde me dirigía? Había viajado por lo menos unas 3 horas sin destino, caminando sin rumbo fijo, mis pies solo se movían por cuenta propia y sin darme cuenta, di la dirección exacta de donde quería estar.
No fue difícil poder comunicarme con el conductor, le escribí mi dirección junto con mi problema de audición y no hubo problema. El camino fue tranquilo y silencioso, no tardé en llegar y en silencio, agradecí tener un viaje tranquilo. Simplemente no quería hablar, tenía miedo de escucharme, no sabía cómo era mi voz, ¿y si no tenía? ¿Y si era mudo?
Antes de entrar, me detuve a respirar y volví a contar hasta 10. El sonido metálico de las llaves contra las rejas del portón hizo palpitar salvajemente mi corazón, sentía que me daría un infarto.
Entré a mi hogar y estaba mi familia almorzando. Se alegraron de verme y me fueron a abrazar sorprendidos por mi abrupta llegada, pero antes de que lograran su cometido, se congelaron y hubo un silencio ensordecedor. Por un segundo pensé que el implante se había apagado y me lo toqué para comprobarlo. Estaba encendido. Por fin podría escuchar a mi madre por primera vez.
-Gabriel, hijo mío… ¿qué hiciste?
Su voz no era tan dulce como había imaginado, pero era lo suficiente como para hacerme llorar y sentirme abrazado por su voz.
Llegó el momento, hablaría por primera vez, respiraba agitadamente y sentía los ojos de mi familia sobre mí, incrédulos.
-Mamá, puedo escuchar…

By: Clo Todomore.

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